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Joseph E. Stiglitz: la libertad de Trump es caos

Premio Nobel de Economía (2001). Nacido en Gary, Indiana, 1943. En su libro más reciente, Camino de libertad. La economía y la buena sociedad (Taurus, 2025), propone una concepción de la libertad basada en la justicia social y la igualdad de oportunidades.

Entrevista realizada por la revista Ethic, septiembre de 2025.

¿Por qué escribir este libro ahora? ¿Qué le llevó a repensar la libertad como tema central del debate económico?

Escribí el libro antes de las elecciones de 2024 en Estados Unidos. Sabía que la libertad sería un tema clave, y por un momento lo fue. Hubo debates sobre derechos reproductivos y otras libertades. Parte del problema, que trato en el libro, es reconocer que la libertad de una persona puede restringir la de otra. La campaña terminó girando más alrededor de la promesa de “cambio” que de una discusión profunda sobre libertades. Pensé que debíamos recuperar ese debate: para mí, la agenda progresista amplía la libertad real, entendida como la posibilidad de que cada persona desarrolle su potencial. Quise volver a colocar esa visión en el centro del debate intelectual y político.

Usted critica la noción individualista de libertad formulada por Hayek y Friedman. ¿Por qué reducir la intervención del Estado no basta para garantizar la libertad?

Desde la economía, la libertad no es solo “poder actuar”, sino contar con oportunidades reales. Alguien al borde de la inanición no es libre. Muchas veces la cooperación y ciertas regulaciones amplían la libertad. Un semáforo limita, pero evita el caos y permite circular. La vacuna de ARNm se logró con inversión pública: pagar impuestos es una restricción menor comparada con la libertad de vivir que brinda. Cooperar implica aceptar límites que, en conjunto, expanden de manera notable nuestras posibilidades.

Esto conecta con el utilitarismo. ¿En qué se diferencia su enfoque respecto a John Stuart Mill?

Mill defendió la libertad de creer y pensar libremente, con la tolerancia como eje. Hoy vivimos en sociedades densas e interconectadas: las acciones de uno afectan mucho más a los demás. No se trata solo de tolerancia, sino de cómo esas acciones inciden sobre terceros. Un monopolista que fija precios altos quita libertad a quienes necesitan, por ejemplo, un medicamento. En una sociedad razonable, tras deliberación, debemos priorizar los derechos del explotado sobre los del explotador. La libertad de vivir sin miedo pesa más que la de portar un arma automática. Para los casos difíciles, propongo pensar como el “espectador imparcial” de Adam Smith o bajo el “velo de la ignorancia” de Rawls. Con ese criterio, un sistema impositivo progresivo bien diseñado sería el contrato social más aceptable.

Rawls no ha tenido el impacto que merecería. ¿Por qué cuesta tanto transmitir estos mensajes en Estados Unidos?

El debate ha sido capturado por un individualismo egoísta promovido por sectores del Partido Republicano, que ignora a Rawls y a Smith. Vemos a una oligarquía debilitando reglas y salvaguardas democráticas. A los oligarcas les cuesta comprender la vida de la mayoría; al desmantelar el Estado, eliminan servicios esenciales para millones.

¿Cómo llegamos aquí? ¿Qué falló en los demócratas?

Lo desarrollé en El precio de la desigualdad (2012). Permitimos que la desigualdad creciera hasta volverse intolerable. No acompañamos a quienes quedaron rezagados en la transición económica. Aunque los demócratas mostraron más empatía, aceptaron muchas políticas neoliberales. Tras décadas de desigualdad, se creó el caldo de cultivo para un demagogo. Finalmente fue Trump, que capitalizó el malestar y lo amplificó. Me preocupa que la IA y otras crisis agraven esto. Políticas como aranceles generalizados no generarán empleos y sí más inflación. La retórica puede intensificar las fuerzas que ya nos dañan.

Usted sostiene que la libertad requiere acceso efectivo a educación, sanidad, vivienda y seguridad económica. ¿Cómo garantizarlo sin caer en paternalismo?

No se trata de quitar libertad de elección. Busco ampliarla. Propongo opciones públicas no obligatorias: una aseguradora de salud sin fines de lucro que exista junto a las privadas, con incentivos a brindar buena atención. En vivienda, una opción pública que ofrezca condiciones humanas y flexibles, sin afán de lucro. Y un sistema educativo que enseñe a tomar mejores decisiones, porque hoy la información suele venir de actores con conflictos de interés.

Habla de un “capitalismo progresista” que restaure confianza y proteja el bien común. ¿Hay resistencia suficiente en la sociedad civil y la academia frente a la erosión institucional? ¿Qué futuro ve para Estados Unidos?

Hay una guerra contra las instituciones que sostienen la democracia. Una democracia es más que elecciones cada cuatro años. Muchas universidades y medios resisten, pero estamos ante riesgos constitucionales reales. Me decepciona la actitud de parte de la abogacía, que debería defender el Estado de derecho. Las universidades son blanco porque son fuentes de pensamiento independiente. Protegerlas es proteger la democracia: los contrapesos existen también en la sociedad, no solo en el gobierno.

Muchos académicos piensan en mudarse a Europa. ¿Qué futuro ve para la UE y cómo impactarán las guerras comerciales?

Hoy Europa es el principal bastión de democracia y derechos humanos, lo que atrae talento desde Estados Unidos. Es irónico: el siglo pasado fue al revés. En comercio, casi con certeza perderemos la guerra arancelaria. EE. UU. es solo el 20% del PIB mundial; lo que exportamos a China es sustituible, lo que importamos no tanto. Las tierras raras son un ejemplo. Los aranceles de China son un shock de oferta para nosotros, más difícil y costoso de enfrentar. Además, nuestras grandes exportaciones incluyen servicios como turismo y educación, que sufren cuando se proyecta autoritarismo.

¿Qué aprendió sobre la conexión entre libertad y sufrimiento? ¿Qué le diría a quienes luchan por una sociedad buena desde la vulnerabilidad?

Podemos construir una sociedad mejor, aunque hay fuerzas en contra y todo es más frágil de lo que quisiéramos. Marché con Martin Luther King en 1963. Durante un tiempo hubo avances; luego retrocesos. La concentración de riqueza y poder alimenta a los demagogos. Aun así, veo esperanza en el nuevo progresismo y en la energía de generaciones diversas. Debemos seguir luchando. Creo que, al final, vamos a ganar.

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